Buenos Aires: Un Mañana con Sabor a Ayer
- María Olivera

- hace 16 minutos
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Dicen que la melancolía porteña es un perfume que flota entre las calles, un aroma sutil que se mezcla con el rumor de los adoquines y el sonido distante de un bandoneón. Aquí, todo es efímero: el tango, con su abrazo que apenas dura un instante antes de desvanecerse en la penumbra de la pista; el dinero, que fluye y se escapa como un arroyo caprichoso; la economía, que cambia de humor como un cielo de tormenta; y hasta las buenas rachas, que pasan como ráfagas de viento, dejando a su paso un suspiro. Incluso los jacarandás, que solo en noviembre tiñen la ciudad de un azul violeta profundo, nos recuerdan que la belleza más intensa dura apenas un mes.
Los porteños, entonces, vivimos con esa consciencia de lo fugaz. Sabemos que la belleza que hoy nos embriaga es un tesoro momentáneo, una joya prestada por el tiempo que pronto se irá. Y en ese saber, en esa consciencia de lo efímero, florece una melancolía suave, una especie de ternura nostálgica que tiñe la ciudad.
Es como si cada atardecer en Buenos Aires nos contara un cuento breve, en el que sabemos que la magia de la luz dorada sobre los edificios es un capítulo que se cierra para abrirse de nuevo al día siguiente. Y así, en ese ciclo de lo que brilla y se desvanece, la ciudad entera susurra su melancolía, una melancolía que no es triste, sino una forma de apreciar más intensamente cada momento, como un pequeño relato que se renueva cada día.
Y entre esos cuentos se entrelaza también la nostalgia de una ciudad forjada por quienes trajeron sus raíces de tierras lejanas y construyeron aquí un mosaico cosmopolita.
Miramos hacia atrás con la esperanza de reencontrar ese tiempo pasado que, de algún modo, soñamos ver mañana reflejado en los nuevos edificios, en la arquitectura que cambia, en las calles que se reinventan.
Es esa mezcla de añoranza y maravilla, de lo que fue y lo que será, lo que le da a Buenos Aires su poesía inconfundible.
Quizás por eso los porteños somos como somos: melancólicos, sí, pero también apasionados por todo. Porque en una ciudad donde todo es efímero, amar intensamente es casi un acto de supervivencia emocional.








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