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Foto del escritorMaría Olivera

"Cortito y al pié"

Anoche, al promediar una hermosa clase en la que participé como Maestra invitada, el profesor titular hizo un comentario sobre cómo cada uno debía indagar en el interior de su cuerpo y de sus emociones para descubrir qué le pasaba ante ciertos estímulos que ofrece el baile (la música, el abrazo, el espacio, etc.). Como siempre intento que el baile de tango trascienda la sola experiencia del movimiento y nos ayude a conocernos más y a sacar a la luz la mejor versión de cada uno, aporté al comentario invitando a los alumnos a preguntarse por qué eligieron bailar tango. La propuesta fue hecha para que cada uno indagara en su fuero interno y pudiera acercarse a su personalidad ofreciéndose en una comunicación genuina y abierta con su compañero/a. Inmediatamente, algunos arrojaron sus respuestas espontáneas, sin filtro. Las hubo desde "porque me apasiona" "me encanta" y otras que se expresaban silenciosamente en los ojos pensativos de los que no se animaron a hablar. Yo respondí con lo que - hace mucho tiempo - entendí que es el motivo por el cual noche a noche una fuerza me invita a practicar "El rito" que me conduce a la milonga: "yo bailo porque me gusta que me abracen". Ante mi comentario vi sonrisas divertidas,nostálgicas y otras cómplices. Alguien me agradeció que lo hubiera dicho y acotó "la gente tiene tanto miedo de abrazarse". Allí apareció en mi mente el primer signo de exclamación, llevándome inmediatamente a reflexionar: "¿Por qué tenemos miedo de abrazarnos? ¿Será el miedo a que algo salga mal, a que no funcione? ¿A que nos lastime?" En primer lugar: ¿Cómo podría un abrazo honesto y abierto lastimarnos? Luego: ¿No sería mejor animarnos a disfrutar de ese instante en lugar de ponernos defensivos ante el golpe que aún no nos ha sido dado?. Pero esto fue solo una parte de lo interesante. Al despedirme del grupo de alumnos se acercó un hombre que había estado absolutamente concentrado en silencio durante toda la clase. No hacía preguntas, no participaba. Era, tal vez, el mayor del grupo, y claramente había elegido pasar desapercibido al punto de hacerse casi invisible. Me dio un abrazo sostenido, cálido, amoroso, lleno de sensibilidad y de emoción contagiosa y se despidió diciendo algo así como ¨a mi también me gusta que me abracen". Me animo a decir que en ese momento ambos supimos que sin haber dicho una palabra, él había comprendido el sentido del la clase... "Porque el tango es un abrazo."


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