Tango: No (siempre) te creas lo que creés.

En el mundo del tango, cada paso es una conversación, cada abrazo una exploración. Es un baile donde la maestría técnica se entrelaza con una conexión emocional profunda. Hace poco, durante una clase en la Escuela del Abrazo, una alumna planteó una pregunta que me impactó: “¿Cómo me encuentro a mí misma?”

María Olivera siendo espontánea, liviana y aun así, enraizada en la base.

La simplicidad de la pregunta ocultaba su profundidad. No se trataba solo del tango; se trataba de comprender quiénes somos antes de ofrecernos a otro en el abrazo.

Esa pregunta se quedó conmigo, empujándome a reflexionar sobre mi propio camino. Durante años, me habían descrito como una bailarina "liviana". Halagos como “eres tan ligera como una pluma” o “como una mariposa” se convirtieron en un motivo de orgullo, una marca de lo que yo creía que hacía único mi estilo. Sin embargo, había otro lado de esta percepción. Algunos de mis compañeros de baile más apreciados me confesaron que mi ligereza hacía difícil conectarse conmigo. Les costaba sentir mi base, ubicar dónde estaba en el suelo.

Al principio, este comentario dolía. ¿Por qué algo tan elogiado ahora era visto como un defecto? Era frustrante y confuso, especialmente cuando la crítica venía de un compañero cuya opinión valoro profundamente. En mi mente, estar enraizada equivalía a ser pesada, algo que instintivamente rechazaba. La idea de modificar mi técnica me hacía sentir que perdería una parte de lo que me definía como bailarina.

Durante meses, luché con este comentario, incapaz de encontrar una solución. No fue hasta que la pregunta de nuestra alumna resonó nuevamente en mi mente que comencé a verlo de manera diferente. ¿Cómo podría “encontrarme a mí misma” en mi propia danza? Una tarde, acostada en la cama, la respuesta comenzó a tomar forma. Me di cuenta de la presencia de un estado de alerta, una tensión de bajo nivel que recorría mi cuerpo y me mantenía perpetuamente “lista para actuar.” Esta hiperactividad significaba que no estaba completamente presente en el abrazo; en lugar de eso, completándolos por mi cuenta y controlando la danza (un control disfrazado por la respuesta rápida y precisa a cualquier estímulo) en lugar de compartirla.

La solución, sorprendentemente, no se trataba de hacer más, sino de hacer menos. Al enfocarme en liberar la tensión innecesaria y encontrar mi base a través de un sutil compromiso en mi suelo pélvico, descubrí un equilibrio renovado. Podía seguir siendo liviana, pero en calma; enraizada, sin ser pesada.

La transformación fue inmediata. Al bailar con mi compañero favorito, ambos sentimos una facilidad y armonía que nos había eludido durante tanto tiempo. Otros compañeros comentaron lo presente que me sentía, describiendo mis movimientos como “sedosos en el suelo.” Finalmente logré disfrutar de una manera renovada de la delicada interacción entre fuerza y entrega que hace al tango tan profundo.

El tango no es solo un baile; es un espejo que refleja nuestro ser interior. A través de él, aprendemos a soltar, a confiar y a estar presentes, lecciones que resuenan mucho más allá del piso de baile. En mi caso, el viaje para “encontrarme a mí misma” continúa, pero en el tango, es el propio baile el que guarda las respuestas. María Olivera Enero 2025 PS: Gracias a nuestra alumna Silvia Nadal, y a todos los alumnos que nos permiten seguir aprendiendo en cada clase, y gracias a mi compañero Andrés Schia por acompañar la búsqueda con amorosidad y paciencia. "Somos lo que los otros hacen de nosotros"