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Foto del escritorMaría Olivera

El Rito

Actualizado: 11 jun 2018

El día común de una mujer de 40 y algo abruma, es casi inevitable: la oficina, la familia, la

casa, las cuentas, los problemas de los amigos que duelen como los propios, la terapia, la

dieta, el peso acumulado de la mochila de la vida.


Una se levanta a las 7 am a cumplir con una cadena interminable de “tengo que” y en el

correr del día un pie resbala del estribo dejándola al borde de perder el control.


Pero algunas fuimos tocadas por una varita mágica y nos encontró una pasión. Entonces,

casi junto al titilar del lucero, cuando el tedio de la rutina manda a la mayoría a dormir,

nosotras comenzamos “el rito”…


No porque sea prioridad, sino simplemente para digerir antes de la ceremonia, abrís la

heladera, sacás 3 o 4 ingredientes y preparás algo “liviano” para cenar. Te aconsejó “la

morocha” que fuera un yogurt y una manzana. Casi siempre le hacés caso, porque la

morocha sabe de estas cosas.


Ahí nomás, para no perder mucho tiempo, te das una ducha, y mientras te enjabonás vas

jugando a las muñecas con la imaginación, eligiendo la ropa que te vas a poner (no, nunca

te pones esa que imaginaste, ninguna niña le pone un solo vestido a la muñeca); te untás en

cremas humectantes con suave perfume porque sabés que vas a mostrar la espalda, y a ellos

les agrada que la piel se sienta suave. Y a vos te agrada que a ellos les agrade, es parte del

placer de ser mujer.


Viene luego el ejercicio, practicado con esmero, pero siempre perfectible, de lograr que el

pelo te quede a tu gusto. Con la experiencia aprendés algunos trucos: menos volumen del

lado derecho de la cara, que es el que se acerca a la de tus compañeros, el flequillo

redondito y llevado hacia la izquierda, aunque es traicionero, y siempre termina haciendo lo

que quiere, y -al fin y al cabo- sabés que a nadie le importa. Si hay humedad, ese aceite anti

frizz para no terminar como Leon-O, si el clima está muy seco ¡Bingo!, pero vivís en

Buenos Aires, el clima nunca está muy seco.


Ahora sí, llega la secuencia del maquillaje. Ya lo hiciste tantas veces que casi podrías

prescindir del espejo (¿O vos no sabes dónde tenés la boca?) Jugás con una paleta de 3

colores de sombras, siempre combinados con los colores de la ropa, esfumás las esquinas

de los párpapados, aplicás delineador siguiendo las instrucciones de un tutorial de

instagram, rímel, labial (indeleble, magia del siglo XXI).


Por último el perfume: ahí hay que decidir, porque algunos te elogiaron el Paula, otros el

Burberry, y a vos te gustan los dos, pero elegís el más intenso para el sábado a la noche, y

dejás el más fresco para la milonga informal del domingo a la tarde. Aunque siempre te

preguntas por qué un perfume tiene más pinta de informal que el otro… ¡Ay la

subjetividad!


De ese estante de donde se caen las bolsitas de zapatos, elegís los que pegan perfectamente con el vestido, fue lo primero que seleccionaste antes de bañarte, pero los re-elegís, porque ellos así lo demandan. Tienen que ser cómodos (todos son cómodos, si no lo fueren es porque no sabes pisar, nunca culpes al zapato); tienen que adaptarse perfectamente al piso que ya conocés: tener buen “agarre” para Obelisco y para Canning, a El Beso podés llevar hasta un par de borceguíes… ese piso se banca todo.


Ahora, si los que pegan con el vestido no tienen buen agarre para Obelisco, o Canning,

nada importa… “antes muerta que sencilla” -dice Gaby- y vos sabés que es así, tendrás que

hacer más fuerza con los abductores para no resbalarte todo el tiempo. Ellos, los buenos, los

de confianza, sabrán sostenerte aunque patines un poquito en el paso al costado con la

derecha. ¡Son unos fenómenos!


La bijou, fácil, queda siempre para el final. Aros y anillos que hagan juego, algún pendiente

discreto que no se te clave en el esternón cuando el abrazo aprieta. Ya estás lista. Ya te

sentís bien… ya llegó “TU” noche.


Una última miradita en el espejo del ascensor, levantando las cejas quién sabe buscando

qué, la chica del otro lado del espejo te regala una sonrisa cómplice como diciéndote “dale,

tranquila, hoy es “TU” noche”. Se la agradecés, salís y te subís al taxi.


A veces, cuando le decís al taxista la dirección a la que vas, te responde con un amigable

“¡Ah, vas a la tanguería!” y entonces sonreís porque sabés que hay entre él y vos una

complicidad tácita inexistente en cualquier otro lugar del mundo. Se llama “cultura”, es la

tuya, es tu historia, tu infancia y la de él, aunque nunca se cruzaron.


En el camino chequeás el celu, porque después queda feo estar mirándolo mucho en la

milonga. Confirmás que van todos los que te dijeron que iban. Mirás Facebook y extrañás

la foto del comienzo de la milonga que solía poner José Luis. Entonces te acordás de los

traspiés que bailabas antes de que se fuera a vivir a New York. Le deseás que siempre sea

así de feliz como se muestra ahora con su bella Lisa.


Le aplicás un par de filtros y subís a Instagram la selfie que te sacaste antes de salir. Y te

sentís un poco infantil, sabés que tenés 41 y te suena ridículo, pero la naturaleza se viene

portando bastante bien con vos y –al fin y al cabo- ¿qué hay de malo en disfrutar-te un

poquito?


Al llegar (¿al “Esportivo”?) te espera el abrazo y el beso de Norma, de Héctor, de Lucy, de

Dany, de Lucía, de Oscar, De Horacio, de Hugo… todos siempre con una sonrisa y un

cariñoso “Hola Mary” que tiene la cadencia del tango que suena en la consola. La misma

que tenía la voz de papá cuando te cantaba “Princesita rubia de marfil…”


Caminás hasta tu mesa (la misma de siempre) y vas alimentándote de sonrisas y abrazos de

bienvenida en el camino, y de paso, ves quiénes están. En tu cabeza circula un Aleph de

música y abrazos. En esa brevedad de pasos sabés con quiénes bailarás las primeras tandas:

están Diego, Javier, Jorge, Julio, Pedro, Julián, Néstor. Ya hay D’Arienzos, milongas, Di

Sarlis, valses y Demares y Publieses asegurados.


Las mozas ya saben que traerte “lo de siempre” es la constraseña. Ellas saben que no

funcionás sin un cortado inicial que te va a dejar con sed, y necesitás el agua con limón.

Más tarde traerán la otra parte de “lo de siempre”.


En la mesa te espera alguna amiga sonriente, expectante como vos (porque es temprano), te

saluda, te elogia/le elogiás el atuendo (dependiendo de la edad de tu amiga, el elogio varía

entre el “qué hermoso vestido” y el “¡Ah, bueno, qué hija de … !”


De a una van cayendo las demás, y el rito se repite hasta que están todas, y sabés entonces

que “¡Hay equipo!”, que vas a tener anécdotas, que si algo falla con el vestido una de ellas

te lo va a arreglar, que podés preguntar tranquila “¿Tenemos referencias de cómo baila el

que está sentado al lado de ....?” y si no hay referencias, alguna va a correr el riesgo y le vas

a ver la cara al volver a la mesa y sabrás si valió la pena o no y que una vez que estamos

todas, la moza va a traer “lo de siempre” y vamos a brindar por una buena noche, y más

tarde por algún cumpleaños, y finalmente por la paz en el mundo, siempre mirándonos

fijamente a los ojos, que hay supersticiones con las que no se jode.


Mientras tanto, una tras otra suenan las orquestas, y vos vas saliendo a la pista, tal como lo

habías predicho cuando llegaste: en un orden totalmente aleatorio y sujeto a injustos olvidos y modificaciones por ausencias o distracción, la cuenta se divide más o menos así:


Biaggi, D’Arienzo, Tanturi = Diego, Juan Pablo y Tony (¡Dale Tonyyyy, volvé!)

Donato, Troilo, Di Sarli, Fresedo= Carlitos, Diego, Pedro, Fernando, Rubén, Tony (¿Cómo

va la kinesio, Tony?)


Milongas = Alejandro, Javier, Diego, Néstor, Gonzalo, en las buenas temporadas además

viene Bruno que te vuela la cabeza con su forma de escuchar la música.


Valses = Juan Pablo, Julio, Jorge, Andrés, Tony (¿Cómo que ahora te lesionaste el pié,

Tony?) la cadencia de Javier y Diego, si todavía no llegó “la negra”.

Láurenz, Demare, Pugliese = Pedro, Fernando, Diego –si, si, es que Diego baila hasta “La

Marsellesa”.


Algunas (muchas) veces también bailás tandas con los recuerdos, y son tan inspiradoras y

gratificantes como las que bailás con el presente:


D’Arienzo: ¿Cómo no pensar en José López, que tenía 85, pero cuando bailaba se

transformaba en el joven de 18 que alguna vez fue?


Troilo: Imposible no acordarte de las anécdotas que te contaba al oído Ricardito Suárez, o

del abrazo intenso de Steven y aquella irrepetible tanda con Detlef, perdidos en algún

pueblito italiano… ¡ah! y “¿viste, Paz, que podías bailar Troilo y divertirte?"


Milongas: Y si, obvio que te vas a acordar de cuando bailaste “El Torito” con Gustavo por

primera vez en un festival y no podías creer lo que te estaba pasando.


Pugliese: "¡Qué lindo si Paz estuviera acá! ¿Falta mucho para diciembre?"


Cada tanto, tenés suerte y lográs cruzar la mirada con ese que la juega de “figurita difícil” y

salís a bailar solo para enterarte de que él te tenía a vos como “figurita difícil” y te

preguntás entonces por qué tantas veces los seres humanos nos autocensuramos tan

tontamente.


La cosa es que transcurre la noche, y ellos, presentes y ausentes, te van cargando la barra de

la batería (que empezó en rojo por el tedio del día a día) a fuerza de abrazos, piropos

respetuosos, sonrisas, pivots y esponjosas caminatas de punta a punta de la pista.


Cuando salís, ya perdiste completamente la noción del tiempo. No importa si es de día o de

noche, no importa si mañana vas a patear ojeras todo el día. La barra de la batería brilla

verde y al cien por cien. Con la infaltable pregunta de "¿Lo pasaste bien?" "¿Bailaste?", o la

afirmación -que a ellos los hace tan felices como a vos- de “Te bailaste todo”, te despiden

Norma, Héctor, Horacio, Fede, Hugo, Lucía, Oscar, Lucy.


Te subís al taxi con el flequillo aplastado contra la frente, el rimmel en cuestionable estado,

los labios despintados (dejaste todo en la copa de “lo de siempre” y un poquito en el cuello

de alguna camisa – por accidente, siempre por accidente). El tachero te pregunta “¿Qué tal

estuvo la milonga?” y sabés qué quiere decir ser porteña.


Llegás a tu casa. Mecánicamente te sacás los aros, los anillos, la campera, las botas, el

maquillaje, te metés en la cama cuando el mundo está desperezándose, sonreís y dar por

terminado “El rito”.


Agradecés a esa barita mágica que te tocó un día.


Vos venciste a la rutina.


Con vos no puede el tedio del día a día.


Vos sos... BAILARINA.


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